Published: April 7, 2025
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ESTUVE POSEÍDA Una chica cuenta, en primera persona, cómo sufrió una posesión demoníaca. Y cómo la combatió para seguir viva. Para terminar de leerla con la piel de gallina. Una de las mejores historias que he recibido.

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UNO: UN AÑO Voy a contarles algo que mi familia y yo pasamos. Principalmente yo. Todo empezó de un día para el otro y fue creciendo con el paso de los meses, a tal punto que mi familia se desesperó y gastamos muchísima plata en médicos y profesionales de la salud mental. Estuve con medicación porque me diagnosticaron ansiedad generalizada y depresión. Todavía quedan algunas pastillas en mi mesita de luz. Y perdí la cuenta de la cantidad de veces que llamamos a emergencias psiquiátricas a casa. En el camino, perdí muchas amistades a causa de todo esto. Lo que me pasaba es que había una entidad, alguien, ponele el nombre que más te guste, que estaba arraigado a mí. No pensaba soltarme y fue gracias al padre de mi hermana que mi familia encontró ayuda. Fue casi un año entero. Empezó con cosas simples y chiquitas: ruidos, un movimiento de algo que tenía cerca. Nunca le pasaba a nadie más, solo a mí y crecía cuando estaba sola. Era como si supiera quién era yo y como si estuviera seguro que yo era la única que podía sentirlo.

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DOS: LO VI Hablo con pronombres masculinos porque a este ente, presencia o espíritu lo vi; y dejó en claro que se trataba de un hombre. No me lo olvido más. Fue en el dormitorio de mí mamá. Me había acostado a ver tele y mirar el celular. Estaba sola y creí que me bajó la presión, porque sentí un cansancio muy grande y era como si quisiera dormir, así que me senté. Y ahí fue cuando se presentó. Estaba parado en la puerta de la pieza. Era alto, demasiado alto, casi de dos metros. Era una sombra muy oscura, ni siquiera ese negro que vemos, parecía más oscuro y me miraba. No hizo nada y eso a su vez fue hacer mucho. Se quedó ahí mirándome. No tenía exactamente forma de una cara, pero yo sabía dónde estaban sus ojos, y se aseguró de que fuera yo quien lo mirara. Cuando me moví, se fue. No desapareció como en las películas, literalmente se dio vuelta y se fue como cualquier tipo que ves en la calle. Le conté a mí abuela y a todos en casa (mis viejos y mi hermana mayor), así que me dijeron que prendiera una vela y rezara para que esa cosa se vaya. Pasó una semana como mucho y volvió, pero no le gustó que quisiera echarlo, así que esta vez fue peor.

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TRES: VIOLENCIA Un día estaba bañándome y creí que mí hermana o mamá mi entraban al baño. Estaban todos en casa, y yo suelo tardar mucho en la ducha por lo que a veces pasan a buscar algo o hacer sus cosas. La confianza de familia. Así que no le di importancia. Dije ¿Magui? (el nombre de mi hermana) y al segundo, lo vi del otro lado. Era él de vuelta, lo supe al instante. Pasó las manos por la cortina y se quedó ahí. Me angustié muchísimo y salí, así a medio bañarme, y me escapé. A mi familia no le dije nada, solo dije que estaba triste. Tenía miedo, y con el paso de los días fue peor. Me despertaba siempre con moretones, la mayoría en las rodillas. Otras veces me agarraba tan fuerte que era como si me quemaran los tobillos. Siempre me despertaba llorando. Llegó un punto en el que no podía dormir, así que mí familia dejaba que durante el día durmiera en algún lugar de la casa. Pero todo volvía de noche. Dejé de ir a la facultad (estudiaba Trabajo Social en la Universidad Nacional de José C. Paz) y dejé de salir a la calle. No podía estar sola, porque lloraba y sentía que iba a morir. Y esta entidad era peor, estaba cada vez más cerca. Siempre estaba de mi lado izquierdo, y cuando iba a bañarme o mirarme en algún espejo, parecía que se pegaba más a mí.

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CUATRO: DOPADA Después empezaron los susurros. No lo escuchaba respirar, pero sí decirme cosas. A veces le entendía y otras no. A veces me tocaba y sentía un asco profundo. Realmente tenía náuseas, así que dejé de comer. Bajé diez kilos en un mes, fácil. Mí familia creyó que tenía trastornos alimenticios, así que me llevaron a una psicóloga. Se llamaba Cecilia. Por supuesto, Cecilia dijo que necesitaba hacer una consulta con un psiquiatra. Ahí empezaron las pastillas. No quería tomarlas, porque yo sabía que esa no era la solución, pero estaba desesperada y mí familia peor. Muchas veces llorábamos, porque no sabíamos qué me pasaba. Yo iba a la psicóloga pero estaba cada vez peor, me aumentaban la medicación y no había mejoras. Vivía dopada, pero esa cosa seguía ahí. Un día mí mamá me encontró contra la puerta de mi placard. Yo había pedido ese placard para un cumpleaños. Me gustaba porque era la primera cosa que tenía para mí. Me estaba ahorcando a mí misma. Sin soga, sin subirme a nada. Yo sola, con mi propia mano derecha en el cuello. Me lo apreté tan fuerte que me clavé tres uñas. Nunca supe cómo lo hice realmente, en qué momento, no tengo recuerdos. Lo único que sé es que mi mamá gritó tan fuerte, que eso me hizo volver. Ese día lloré mucho y tuve que hablar con un psiquiatra por teléfono. El tipo le prohibió a mi familia dejarme sola, porque era un peligro para mí misma. Me aumentaron la medicación.

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CINCO: ATAQUES Después de eso, mi hermana habló con su papá (es hija del matrimonio anterior de mi mamá) y él le dijo que orara por mí, que había un hombre muy bueno que podía ayudarme, porque tenía experiencia en esto. Que era un tipo común pero que sabía sobre la palabra de Dios y este tipo de cosas. Nosotros no estábamos convencidos, pero mis papás ya se habían gastado mucha plata y yo estaba sin comer, sin dormir y con un intento de suicidio. Así que dijeron que lo iban a tener en cuenta. Un día estaba durmiendo la siesta, a plena luz del día. Sentí cómo eso se subió encima mío y me dijo algo. Me pegó. Yo grité del golpe, lloré porque me había dolido. Al segundo estaban mi mamá y mi hermana ahí, y entonces empezó todo. Me retorcía porque quería sacármelo de encima, y en esa desesperación me estaba arañando los brazos, la cara, me golpeaba a mí misma. Miraba a mí mamá mientras lo hacía, y sentía cómo esa cosa se reía y por dentro yo lloraba. Estaba tan angustiada que se me hacía un hueco en el pecho. Eso se repitió varias veces más. Llamaron a la ambulancia y vinieron. Eran dos enfermeros, Uno no era muy grande. Yo lo miré y me reí. Él le dijo a su compañero que me agarrara. Así que el pobre camillero me sujetó cuando empecé a moverme para todos lados. Una parte mía no estaba acá, la otra estaba adentro, no sé cómo explicarlo, pero yo no estaba acá. Estaba lejos y esa cosa me estaba arrastrando.

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SEIS: EL NOMBRE Obviamente el clonazepam me dormía. Pero funcionaba un par de horas y al rato de nuevo era yo gritando, golpeándome y llorando. A veces solamente gritaba tan fuerte que me ardía tragar hasta el agua. Otras veces solamente me mordía las uñas y la piel hasta que me sangraba. Hubo una vez en la que le pegué a mi papá. Mí papá es un tipo de 1,80 y pesa 108 kilos. ¿Cómo una piba de 25 años que mide 1,56 y pesa 50 y tantos kilos le puede pegar a un tipo de ese tamaño? Bueno, yo lo hice. Le pegué, lo agarré de la remera (era una chomba a rayas, azul, blanca y gris me acuerdo) y le metí un sopapo cerca del oído. Después le pegué una trompada cerca de la costilla mientras él trataba de agarrarme los brazos. Mi papá me miraba con tanto miedo, con angustia y yo lloraba porque esa que le pegaba no era yo. Balam se llamaba. El día que me dijo el nombre, lo repetí despacito y se lo dije a mí mamá. Cuando mi vieja me escuchó, pareció que vio al demonio.

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SIETE: CAROL Así que llamaron a ese hombre que había recomendado el papá de mi hermana. Juan era un pastor de una iglesia evangélica de Barrio Primavera, acá en José C. Paz. Yo nunca creí en esas iglesias. Siempre me parecieron un lugar donde estafan gente y les sacan plata o van para esconderse. Además soy parte de la comunidad LGBT, pro aborto y feminista. Todo lo que una iglesia odia. Así que cuando vino Juan, yo estaba preparada para decirle que no perdiera tiempo y se volviera a su casa. Pero no. El tipo vino, habló conmigo. Mí mamá hizo mates y él se sentó a hablar. Le conté algunas cosas, casi nunca me miraba y siempre miraba la casa, alrededor. En un momento estaban hablando él y mis viejos, yo estaba escuchando. Hasta que dejé de escuchar y me desperté con mí papá agarrándome la muñeca y Juan con su mano en mi hombro. Mi hermana y mi mamá estaban cerca de la heladera. Mi vieja tenía un cuchillo de cocina Carol, esos que usamos todos los días, y me miraba con un pánico horrible. Para los psicólogos y la psiquiatra, yo había tenido un brote y necesitaban internarme. Para Juan había una entidad que se me había pegado y me estaba siguiendo. No pensaba dejarme hasta que yo me lastimara o eventualmente, me matara.

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OCHO: UN VACÍO HORRIBLE Esta cosa, Balam, era una entidad muy oscura, algo que alguien había mandado para mi o mi familia y se estaba haciendo notar. Era cada vez más fuerte. Mi miedo, el de mis familiares y de la gente que me conocía, solamente generaba más angustia y desolación. Ni te acordás de Dios o la Virgen en esos momentos. Solamente estás ahí, sintiéndote solo, triste y te duele todo. Es un dolor muy grande. Un vacío horrible. Realmente es espantoso. Así que teníamos el nombre. Y a esta entidad, Juan no le caía bien. Yo había empezado a hacer lo que el pastor nos había recomendado: orar, pedirle a Dios, hacer cosas que me gustaran y aferrarme a mí familia. Pero claro, estaba haciendo todo lo contrario a lo que Balam quería, así que se ensañó peor conmigo. En uno de esos episodios donde gritaba y me lastimaba, me di la cabeza contra la pared. Así, sencilla y llanamente, me levanté y me di la cabeza contra la pared, me quedó un chichón y a mi papá un video mío donde estoy hablando sin sentido dando vueltas en mi pieza. Así fue durante días seguidos, hora tras hora. Llegó un punto en el que mi hermana no quería dormir más en la misma habitación. Yo estaba débil, tenía anemia producto de todo y para colmo, insomnio. Estaba consumida.

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NUEVE: INVASIÓN Un día vino una chica que era mi amiga, Antonella. Estábamos almorzando y ella dijo algo sobre darme unas tarjetas de Harry Styles. Es mi cantante favorito, todos los que me conocen saben que me encanta. De un modo desconocido, sentí una rabia tan grande que pegué un golpe a la mesa y (perdón por la expresión) le dije que cerrara el culo. Antonella nunca más me habló, aunque después supo la verdad. No la juzgo. Lloré mucho porque mi mamá estaba desesperada y mi papá también. Mi hermana me tenía miedo y yo me sentía cada vez más lejos de mí misma. No me acordaba de la mitad de las cosas, y en momentos quería estar en un lugar de la casa pero iba a otro y me paraba ahí sin hacer nada. Solamente miraba. Esta cosa seguía invadiéndome. Los moretones eran peores. Los golpes ya eran a mis familiares o a cualquiera que se me acercara. Me llegué a arrancar mechones de pelo y les tocó ver cómo este ente me tiraba de la cama, haciéndome caer de rodillas. Estábamos solos, los cuatro. La medicación no funcionaba y Juan seguía insistiendo en orar. Nos mandaba mensajes diarios y palabras de la Biblia que mi mamá me leía. Yo lloraba mucho, ya no tenía ganas de nada. Así que un día les dije que dejaran de intentarlo. Me llevaron a la iglesia de Juan y en el camino lo vi. De vuelta estaba ahí parado, como diciéndome que no iba a dejarme. Desde el principio hasta el último minuto que duró la reunión me la pasé gritando. Sentía como si me sacaran algo desde adentro. Así fueron tres veces más, mis viejos llevándome a la iglesia y yo gritando todo el tiempo.

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DIEZ: LA PIEL HIRVIENDO Creo que la gente se hartó de escucharme, pero Juan siempre me recibía y me decía que se alegraba de verme. Terminaba cansada pero dormía un poco más que antes. En un punto, una noche me di la cabeza contra el piso de mi pieza y mí mamá estaba ahí. Te escribo esto y siento un nudo enorme, porque realmente sentí ese dolor de decir me ganó. Llamaron a emergencias, me doparon (como siempre) y dormí hasta el otro día que vinieron Juan y unas mujeres de la iglesia a hacer una limpieza. Untaron con aceites y oraron un rato muy largo. Yo sentía como si me hirviera la piel. Me tenían en la cocina con mi hermana, el papá y una mujer, Lorenza, entre los tres mientras yo gritaba porque quería salir corriendo de casa, quería correr lejos. Me lastimé los brazos por la fuerza que hacía, pero finalmente, después de unos seis meses, pude dormir una noche entera. Siguieron con esa rutina, orar y usar aceite. Día tras día. Casi un mes después, sentí que él me dejaba. Un fin de semana me levanté y mi casa era mi casa, mi pieza no era densa y no tenía esa sensación de que me siguieran, de llevar algo atrás mío. No tuve más moretones. Eso se había ido.

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EPÍLOGO No les voy a mentir, yo leo y escribo esto y cuesta creerlo, pero no soy una buena mentirosa y no tengo motivos para inventarme algo así. Quizás si fueran a la iglesia, si hablaran con Juan, con mis viejos o mi hermana, les podrían contar esto. Nunca tocamos el tema, es algo sensible en la casa. Tampoco decimos su nombre y mi hermana lo evita, porque a veces le angustia hasta entrar a la pieza. Nunca supimos quién nos mandó eso o si fue simplemente por casualidad. Pero fue casi un año de vivir en el infierno, de dudar de mí, de creer que estaba muriendo por mi propia cabeza. Estas cosas pasan, están. A la iglesia no volví, pero siempre recuerdo a Juan con cariño. Quizás si no fuera por el papá de mi hermana, por Juan y por esa gente, yo seguiría dando vueltas por todos los hospitales mentales del país. No sé, pero me alegro de estar acá, sin medicación, estudiando y saliendo con mis amigos, charlando con mi familia y ahorrando mis pesos para ser mamá.

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